La Bioética y el Paradigma Espírita

NUBOR ORLANDO FACURE*

El  progreso científico nos hace creer que estamos rompiendo las fronteras de lo imposible y la osadía de los científicos parece atropellar la ficción y provocar una rotura en el mapa de la creación. A cada nuevo descubrimiento que nos sorprende quedamos con la impresión de que estamos yendo demasiado lejos y el sistema de frenos parece que lo tenemos fuera de nuestro alcance. Cada descubrimiento nos revela la paradoja que expone con más énfasis nuestras contradicciones: lo que pasamos a saber demuestra con más fuerza lo que todavía no sabemos.

Identificamos las sub partículas de la materia, su equivalencia con la energía y disecamos un haz de luz en ondas o en “quantum” de energía. Desconocemos, no optante, cual es la esencia de la energía, de donde proviene la materia que nos impresiona y no tenemos todavía la menor idea de los fundamentos del Universo.

Disecamos la célula, recombinamos su química, traducimos su código reproductor y nos atrevemos alterar el abecedario genético. Podemos hacer copias de cualquier forma de vida y dotarla de apariencias o actitudes previamente escogidas. Desconocemos aun cual es la esencia que produce la vida y de donde proviene esta fuerza que da vida a las células. No tenemos la menor noción de los fundamentos que nos apuntan cual es el origen de la vida.

Los aparatos de ultrasonidos nos permiten “ver” el bebé dentro del útero en tres dimensiones. Podemos identificar sus defectos estructurales confirmando precozmente la existencia de malformaciones fetales. La biopsia de las células amnióticas dentro del útero nos da un registro de identidad del bebé antes de nacer. Quedan así los padres y el medico con la posibilidad de decidir sobre la interrupción o no del embarazo de un niño que se presentará con parálisis o retardo para toda su vida. Necesitamos saber, no obstante, si interrumpir esa vida no significa perturbar el desenrollar de otra vida que transciende las expresiones de la materia, para la cual, la deformación física hace parte de sus necesidades de desarrollo espiritual. No hay ninguna manera de podérselo preguntar a este niño antes de que venga a este mundo, pero sabemos que los que han venido en estas circunstancias, aunque se hieran sus piernas al intentar caminar, retuerzan sus brazos intentando escribir, mastican las palabras queriendo hablar, estos, incluso así, desean vivir. Y, si es posible, cogiendo la mano de sus madres.

Los medios de cultura, los microscopios y los delicados  instrumentos de manipulación de las células nos permiten tratar con el ovulo y el espermatozoide con la misma facilidad  con la que Mendel combinó las flores y los guisantes en su jardín. Los colores de los guisantes y de las flores pueden variar con la misma facilidad con que podemos escoger el sexo, el color de la piel y el color de los ojos de nuestros hijos. Estos hijos, naturalmente, no pueden traer con ellos la certeza de la felicidad, del respeto a la vida o la obediencia a los padres cuando estos solo pudieron ofrecer el material genético que la reproducción asistida facilitó. Necesitamos esclarecer si antes de la formación de la forma física no existe un ser transcendente cuyas cualidades y aptitudes nos son enteramente desconocidas.

Los trasplantes de órganos dan al paciente la oportunidad de renacer para la vida

Los instrumentos médicos de respiración asistida prolongan la vida de millares de pacientes que la UCI se empeña en salvar. Los trasplantes de órganos dan al paciente la oportunidad de un renacer en la jornada de la vida. Los inmunosupresores controlan el rechazo en los trasplantados y reducen las respuestas indeseables en numerosas enfermedades que la inmunología está descubriendo la causa. Aplicaciones que alcanzan directamente el sistema nervioso están controlando dolores terribles que hacen sufrir a los enfermos de cáncer. Estos progresos, aun así, no conseguirán nunca solucionar el dilema de la muerte y del sufrimiento que muchas veces le antecede** . Por otro lado, estos recursos que alivian y prolongan la vida, pueden, con la misma competencia, ser puestos a disposición para decidir la fecha de la muerte o la interrupción del sufrimiento. El recurso de la tecnología viste la toga del juez en el medico que no sabe ver un sentido purificador de almas cuando el dolor se hace crónico o se vuelve incontrolable. Necesitamos saber si aliviar el sufrimiento físico no precipita un compromiso mayor o si compromete un rescate que estamos retrasando.

El hombre está acostumbrado a usar su inteligencia para fragmentar sus problemas y así poder dominarlos. Hoy, la extensión de nuestro conocimiento nos permite percibir que esta separación “despedaza lo complejo del mundo en fragmentos descoyuntados”, fracciona un problema específico, pero, crea un dilema gigante por la repercusión en el todo. Este modelo de fragmentación y la competencia tecnológica que el proporcionó, no son suficientes para resolver las contradicciones de nuestro mundo interior. Tenemos que revisar nuestras posiciones éticas con argumentos que ultrapasen los límites y el alcance de la Ciencia. Principalmente,  porque nos falta responder aquellas preguntas esenciales que esclarezcan quien somos, de dónde venimos y para dónde vamos. En los días de hoy estos dilemas nos parecen ser inaplazables.

Los dilemas de la ética de hoy nos empujaran precipitadamente para el aborto que descarta al feto con malformación; la eutanasia que acelera la muerte presuponiendo alivio del sufrimiento; la gestación de niños sin vínculo afectivo de los padres*** ; la manipulación genética que podrá escoger la apariencia física; la vida psicosocial del organismo todo, en contraposición a la vida biológica de media docena de células embrionarias fecundadas en laboratorio. Parece que no nos damos cuenta de que estamos estirando o cortando el hilo de la “tela de la vida”.

En 1857 Allan Kardec codificó una Doctrina de bases científicas, filosóficas y religiosas. Entre sus principios se afirma que la fe tiene que someterse al criterio de la razón. Sus enunciados científicos no se prenden a las amarras de una ciencia que solo consiga ver el mundo material que impresiona nuestros limitados sentidos. Sus verdades están sujetas al progreso humano que la propia Ciencia tiende a promover.

Su contenido fue dictado por Espíritus que acompañan y promueven el desarrollo de la Humanidad. Ellos afirmaron que somos todos Almas inmortales que ocupamos provisionalmente un cuerpo físico que nos permite vivir experiencias que, de simples e ignorantes, nos harán sabios y puros de corazón. Este proceso de evolución se hace en una serie incontable de reencarnaciones que se procesan en la Tierra y en otros planos de la creación divina.

La eutanasia aplaza el rescate y la reparación de los débitos contraídos por el Espíritu

Esta Doctrina nos revela que el aborto destruye la vida biológica e impide la reencarnación del espíritu que habita este cuerpo desde la fecundación, comprometiendo su evolución espiritual.

La eutanasia aplaza el rescate y la reparación de los débitos contraídos por el Espíritu, cuyo cuerpo sufre para conseguir su redención. Esto no significa evitar de aliviar el dolor o el sufrimiento, sino, de impedir que se utilice la muerte como recurso terapéutico.

Cada uno de nosotros recibe, al reencarnar, el cuerpo más adecuado a sus necesidades espirituales. La manipulación genética visando los beneficios y las dificultades que este cuerpo venga a manifestar, es establecida por entidades espirituales que celan por nuestro progreso. La evolución del conocimiento humano va a posibilitar que el médico-científico participe y favorezca nuestras posibilidades físicas, pero, jamás nos librará de los compromisos cárnicos que nuestros débitos del pasado imponen como cuenta a pagar en nuestro propio beneficio.

Nuestra vinculación familiar ya estuvo ligada al apellido o a los títulos de nobleza. 

Hoy, está determinada por los lazos matrimoniales o por la paternidad reconocida en el ADN. Las técnicas de reproducción están demostrando todos estos vínculos físicos, pero no conseguirán deshacernos de los compromisos que dejamos de cumplir con los hermanos de otras vidas, que antes o después, se cruzaran en nuestro camino, atraídos por los gruilletes de la culpa o los lazos del amor que nos impulsaron.

Enseñan los Espíritus que la reencarnación tiene inicio en el momento de la fecundación a través de procesos complejos que exigen la “regresión” del cuerpo espiritual del reencarnarte, la ordenación del patrimonio genético que él va a recibir y la conjunción de fuerzas de atracción ejercidas por los futuros padres. Estos instructores espirituales nos anticiparon premonitoriamente que la fecundación y el desenvolvimiento del embrión pueden ocurrir sin la presencia de un espíritu asumiendo ese cuerpo. Este hecho puede permitirnos imaginar que la fecundación en laboratorio ocurre desprovista de un espíritu en sus células y la gravidez solo será bien sucedida cuando la conjunción de diversos factores ligados a la participación de un espíritu y la conjunción de vibraciones de los padres promoverá la sintonía de esta unión.

Cuando Allan Kardec preguntó a los Espíritus, cual es nuestro principal derecho, ellos respondieron que es el derecho de vivir. La vida es la mayor expresión de la Creación de Dios. Aunque no tenemos alcance suficiente para comprender la extensión de la Creación divina que expresa vida en todo lo que existe. Los Espíritus, así mismo, enseñaron que el principio inteligente deberá recorrer toda la jornada de la evolución, desde el átomo al arcángel. 

Nubor Orlando Facure es médico neurocirujano, director del Instituto del Cerebro de Campinas (SP), ex profesor catedrático de Neurocirugía de la Unicamp, escritor y expositor espírita.

En el último párrafo el autor no pretende negar la utilidad y la posibilidad de usar todos estos medios, lo que sería contrario al buen sentido y al espiritismo. Simplemente hace mención al hecho de que todos esos descubrimientos no serán nunca capaces de alterar las leyes evolutivas del espíritu. (Nota de Córdoba Espirita)

No sabemos a ciencia cierta si el autor se refiere a la fecundación in-vitro, que posibilita a muchas parejas que están impedidas de tener hijos, la posibilidad de ser padres. Desde nuestro punto de vista, y en esto participamos de la opinión mayoritaria que actualmente se tiene en el medio espírita, la fecundación in-vitro es un recurso totalmente lícito y sin ningún problema ético o moral, ya que tiene por finalidad dar vida y permitir que el espíritu reencarne para proseguir en su jornada evolutiva. De esta forma, la postura espírita en relación al avance de la ciencia es favorable, siempre y cuando no se atente en contra de la dignidad del ser humano, cuya vida comienza desde el momento de la fecundación. (Nota de Córdoba Espirita)

Traducida del portugués por Pedro Rodríguez

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