Juan Manuel Ruiz González
INTRODUCCIÓN
En
las ciencias de la educación estudiamos que el ser humano es un ser incompleto
y perfectible; es decir, que necesita del proceso educativo para avanzar y completarse.
Como
piensan la mayoría de pedagogos e investigadores de la actualidad, el derecho a
la educación responde a la misma naturaleza humana, por lo tanto, reducir el
ser humano a una simple evolución biológica, es mermar sus posibilidades.
Nadie
puede sustraerse al fenómeno educativo, siendo esta un proceso interactivo en
el que el individuo se realiza en el seno de estructuras socio-culturales,
políticas y espirituales. El mismo proceso del (re)nacimiento no es sino una
nueva oportunidad (re)educativa que, por ley universal, nos permite ir limando
los errores del pasado, de otras travesías... mediante las experiencias y
desafíos del presente, rumbo al desarrollo de nuestro potencial eterno.
Es
cierto que vivimos en un mundo pluralista y en ocasiones competitivo, pero
también es igualmente cierto que todos los seres humanos deben (y tienen) unos
valores comunes porque, de lo contrario, dejarían de ser humanos. Inmersos en
la aldea global estamos asistiendo a una incipiente percepción de
interdependencia planetaria, más o menos generalizada, que parece brotar en
muchos países, resaltándose inevitablemente el derecho natural a la educación
como algo que trasciende el ámbito y los intereses de los Estados, apelando a
un compromiso mundial.
Esta
actual sensibilidad ante las posibilidades (y carencias) del hecho educativo
parte de los movimientos pedagógicos de la Escuela Nueva (finales del s. XIX y
principios del XX); continúa con el periodo siguiente al finalizar la II Guerra
Mundial (concepción de la cultura como patrimonio a conservar y como uno de los
derechos fundamentales), y se afianza a finales del s. XX y principios del XXI
a través de la UNESCO, el Consejo de Europa, etc., con las políticas culturales
y la consideración de la cultura como factor esencial del progreso.*1
Es atendiendo a
este valor de la educación como derecho fundamental y factor de desarrollo que
se desprende la idea de que esta debe ser global y plural, porque debe atender
las distintas facetas y edades en que el hombre desarrolla su personalidad,
abarcando tanto al periodo escolar como a la edad adulta (educación
permanente), y del mismo modo, atendiendo tanto los conocimientos
tecno-científicos como aquellos que hacen viable su desarrollo interno. Es aquí
donde se hace esclarecedora la necesidad de superar el desgastado modelo
instrumental-materialista (que afecta
también al sistema educativo actual), sistema que
condiciona al niño y limita a la juventud al simple molde económico,
transfiriendo consignas pseudo-educativas (a menudo del todo erróneas) que
venden una supuesta felicidad cuando en realidad los coloca como potenciales
clientes al servicio del mercado.
*1- El pleno desarrollo de la personalidad humana es
recogido en el art. 26 de la Declaración de los Derechos Humanos y en el 27 de
la Constitución Española, así como en otros Pactos y Conferencias europeas y
mundiales, como la Conferencia sobre Educación para Todos de Jomtien
(Tailandia, 1990)
Y es resaltando
el desarrollo y la dignidad humana, que la educación promueve y preserva, que resulta
totalmente contranatura (por reduccionista) obviar el factor espiritual
en el proceso educativo; pues no solo constituye el foco esencial de la
verdadera dimensionalidad humana, sino que como es recogido en las diversas
tradiciones y filosofías que enriquecen la historia, es en el espíritu donde se
hayan las matrices del ser real y su proyección en el mundo.
Así como no
existe progreso auténtico sin educación, no existe evolución real sin
espiritualidad.
ESPIRITISMO: PEDAGOGIA UNIVERSAL DE LAS ALMAS
El Espiritismo es
la filosofía secreta pero latente en todas las épocas y culturas de la
humanidad, la ciencia implícita tras los fenómenos naturales, sociales y
religiosos de la humana experiencia. Con el sentido unificado y concreto que
hoy la entendemos, toma cuerpo de doctrina en la 2ª mitad del s. XIX, con la
publicación de El libro de los espíritus, a través de la codificación
hecha por Allan Kardec (pseudónimo de un educador discípulo del gran Pestalozzi
y, como él, uno de los padres de la pedagogía moderna).
Debemos dimensionar la filosofía
espiritista como el proceso educativo que es (uno de
los principales cometidos de esta ponencia); primeramente por su propuesta
mayor que es la auto-reforma del individuo, y por ende de la sociedad, y
segundo, porque estudia y se ocupa del ser humano de una manera extraordinariamente
global, teniendo en cuenta su aspecto biológico y social, moral, psicológico y
espiritual.
El espiritismo es
la misma ciencia de la vida, aquella que posibilita al hombre su formación
completa en todos los ámbitos de expresión del ser, incluyendo el ineludible
proceso de espiritualización y mejora a través de los campos del bien, como
ciudadano completo, consciente y comprometido, y como espíritu inmortal (el
autentico proceso educacional no sería tal si atendemos exclusivamente los
aspectos cognitivos y-o intelectuales, siendo la persona no solo un ente instrumental sino
trascendental). Es, al mismo tiempo, un colosal tratado filosófico-moral y una
completa praxis educativa de carácter integral y esencialmente humanista. Reúne
pues los méritos suficientes como para ser propuesta por los Espíritus
superiores como la III Revelación.
La doctrina
espiritista se erige en la pedagogía universal de las almas, la docencia libre,
ennoblecedora y espiritual que todos esperamos (aunque la mayoría ignoremos).
Una pedagogía no solo válida para la breve existencia carnal, sino que además,
prepara para la siguiente, aquella que todo hombre vive una vez cesa la
experiencia carnal como la entidad multidimensional que es.
Podemos trazar la
proyección histórica del Espiritismo como filosofía educativa con una línea que
partiría de los bosques sagrados de la Europa celta, continuaría a través de la
Escuela de Atenas (Sócrates y Platón son precursores del Espiritismo) y
más tarde con las enseñanzas del primitivo cristianismo simbolizado en la
mansión del camino... Del mismo modo, sintonizaría inevitablemente con el
pensamiento humanista de la Ilustración y los movimientos de la nueva pedagogía
(especialmente la “Escuela Popular” de Pestalozzi y las propuestas innovadoras
de la “Escuela Nueva”), sin olvidarnos de la psicología transpersonal que
irrumpe a finales de los 60´s.
La enseñanza
espiritista lleva explícitas ciertas características, como son:
-
Carácter universal
-
Ser abiertamente democrática y
esencialmente humanista
-
Apuesta por la integración
ciencia-espiritualidad *2
¿QUE
APORTA LA EDUCACIÓN ESPÍRITA?
Vivimos una época
de transición donde, especialmente la cultura occidental, se enfrenta a lo
sembrado durante centurias a base de ostracismo y autocomplacencia que la han
terminado por conducir a esta crisis (algo mucho más profundo que la
inestabilidad de los mercados). Y, precisamente ahora, que tanto necesitamos la
prevalencia de los valores superiores que nos hermanan, la filosofía y la moral
son prácticamente excluidas del sistema educativo a base de políticas
restrictivas y abiertamente utilitaristas. La escuela y la universidad se ven
reducidas a la mera instrucción (y esta, enfocada casi exclusivamente al
mercado laboral), hasta el punto que más que educar para la vida nos instruyen
para la competitividad. De manera generalizada, todo se sintetiza en una
educación ambigua orientada para el éxito (pero, ¿qué éxito?); lo que es
igual que prepararnos para retroalimentar al sistema (capitalista) que forma
parte del paradigma obsoleto que, precisamente, debemos superar y cambiar por
presentar evidentes signos de desgaste.
Mediante
consignas manipuladoras y a través del aparato publicitario y administrativo
nos inducen al culto del becerro de oro (consumismo y exaltación de los
sentidos), convirtiéndonos en hijos de la insatisfacción y la neurosis... hecho
que propició tantas veces la caída de las anteriores civilizaciones. Parece que
el ego se resiste a aprender de la historia...
Educación para la trascendencia
Para comprender el proceso educativo humano
de manera integral el Espiritismo considera imprescindible la educación de la
espiritualidad inherente a la persona, como ser psico-biológico, social y
espiritual.
Junto a la Cultura
de Paz (propuesta por la ONU en 1999), se hace igualmente necesario una
educación de la trascendencia, pues, a parte de favorecer el
auto-desarrollo personal actuaría como profilaxis perfecta para incentivar en
el hogar y en la escuela, la comunidad y el mundo el cultivo de los valores
ennoblecedores (en lugar de limitarnos a la competitividad y la lucha de
intereses). La trascendencia como recurso educativo y valor práctico, actuaría
como la gran fuerza opositora del materialismo y las diversas formas de
conflicto, porque tendría como base incuestionable la unidad esencial que nos
une a todos y a Todo.
*2- Como ya hoy proponen abiertamente ciertas ramas de la
Psicología y muchos planteamientos de la Física cuántica
Es en este punto,
que el estudio y práctica del Espiritismo como doctrina filosófica y escuela
superior del pensamiento, ayudaría a la criatura humana a evitar acudir al
falso refugio del hedonismo disgregador y anestesiante de los valores
superiores (que todo hemos venido para desarrollar), así como en el nihilismo
que gobierna en buena parte de la sociedad y la cultura, que, a corto o largo
plazo, tan solo conduce al hastío, el desencanto y el bloqueo existencial...
precisamente por apartarnos de nuestra realidad espiritual y eterna, quedando
distanciados de nosotros mismos, y por extensión de los demás.
La religiosidad
es opcional, pero la espiritualidad es inevitable si hablamos de salud y
progreso integrales.
El materialismo y el pensamiento hedonista
que sólo persigue la efímera satisfacción de los sentidos, por funcionar como
bloqueadores del potencial humano (y por lo mismo, como fuerzas contrarias a la
evolución), deberían encontrar en la cultura los medios necesarios para ofrecer
a la criatura humana opciones más elevadas y equilibradas de superación de
conflictos y desarrollo personal. Por ello, la doctrina de los Espíritus, como
poderoso contrapunto al egoísmo, propone desde 1857 por encima de todo: las
actitudes ennoblecedoras, el compromiso humano (más allá de la actual
existencia) y las obras solidarias dentro de una concepción vinculante a la
educación formal.
Como espíritas
resaltamos el valor de instituciones y personas que apuesten por una cultura
que vaya más allá de la égida neoliberal, actuaciones (leyes y programas) que
no se desvinculen del humanismo que siempre debe ser preservado en toda
propuesta educativa que se precie de serlo.
Moral espírita, cultura
espírita
Dentro de la
propuesta espiritista podemos hablar de moral cuando hablamos de todo
aquello que tiene que ver con el comportamiento, la auto-reforma, etc (es
decir, con la educación propiamente dicha) y de cultura cuando tratamos
del saber y los conocimientos (y aquí hablaríamos de instrucción doctrinaria).
Si tuviéramos que
quedarnos con una sola (moral o cultura) sin duda resaltaríamos la primera,
porque es la esencia del mensaje de los Espíritus superiores: la entrega a los
demás, trabajar nuestras inclinaciones inferiores, etc; pero, que duda cabe,
que sería aún mejor que a demás de educarnos en la moral, en la auto-reforma,
nos instruyéramos en el estudio de las obras espíritas, adquiriendo más
formación, enriqueciendo nuestro punto de vista y ampliando nuestro
conocimiento. Es obvio que hace mucho más un espírita informado que otro
desinformado.
Hablamos de
cultura espírita porque el Espiritismo es una escuela de saber universal.
Cuando consultamos las obras básicas, estudiamos la numerosa bibliografía
complementaria, asistimos a disertaciones y estudios, etc., entroncamos
inevitablemente con otras disciplinas del saber humano como la filosofía, la
psicología, la biología, etc., que son a su vez observadas por nuestra doctrina
de manera natural, con la única diferencia de que el Espiritismo no se limita a
los enfoques del materialismo, sino que acopla la trascendencia (lo espiritual)
a toda disciplina científica o materia de estudio.
Es por todo esto que resultaría muy útil
por parte de centros e instituciones espíritas, apostar por la valoración y la
proyección del vasto y completo bagaje histórico, literario, artístico y
científico acumulado en estos casi siglo y medio de saber espírita, presente en
las obras clásicas y contemporáneas, para contribuir a un mayor protagonismo,
resalte y divulgación de la cultura espiritista.
REEDUCANDO
ACTITUDES (EL ESPÍRITA EDUCADO)
Pureza
doctrinaria y escollos
Debemos habituarnos a ver la filosofía
espiritista como un proyecto educativo integral. Es una pedagogía espiritual
que al mismo tiempo, y como consecuencia natural, conlleva una praxis educativa
que incluye instrucción multidisciplinar y educación de nuestra manera de ser y
estar en el mundo.
Se hace
complicado comprender que alguien se diga espírita, y al mismo tiempo sea
indiferente a las necesidades de su comunidad, tenga escasa conciencia
ciudadana o no le parezca relevante la adquisición de una mínima inteligencia
emocional. En una palabra: los aspectos psicológicos y emocionales propios (tuyos,
míos, nuestros), también deben ser observados al mismo tiempo que
estudiamos a Kardec o André Luiz, o asistimos a las reuniones del grupo
espírita. Ser espiritista no es una cuestión de mera intelectualidad o
formación. Por muy cultivado y formal que sea nuestro exterior, no hay
espiritismo auténtico si no late un espiritismo interno.
Siendo también la
educación un instrumento para la integración, así como para la superación de
desigualdades y conflictos, es (por ejemplo) del todo inconcebible desde el
mensaje de nuestra doctrina, que haya individuos y-o centros que se consideren
por encima de otros, excluyendo otras maneras de expresión y sentimiento. El
espiritismo, como filosofía y ciencia educativa jamás debe incurrir en el
rechazo y, por el contrario, trabajar para la inclusión.
Como cualquier
colectivo donde contamos con el factor humano, el movimiento espírita también
precisa de una auto-evaluación y posterior diseño (o rediseño) de acciones y
proyectos, donde el intercambio sano, la convivencia enriquecedora y la
aceptación entre individuos y grupos sean sus principales estrategias. Para disponer de credibilidad y fuerza
debemos atender a la oportuna y acertada socialización de sus miembros. Debemos
estar unidos para enfrentar todos los desafíos que nos puedan venir (a nosotros
y al mundo en esta hora de transición), porque con unión y paz en el corazón no
habrá contratiempos insalvables.
En la planificación de cualquier proyecto
(educativo, empresarial, de investigación, etc) es imprescindible que figuren
las fases de la evaluación, que es donde se incluye la revisión del plan de
acción para una mejora de la intervención... Nosotros igualmente necesitamos el
elemento evaluativo dentro de las filas espiritistas, para diseñar acciones de
convivencia y colaboración, así como revisar y sanear posturas erróneas que se
hayan podido instalar y obstaculicen el proceso de la planificación-acción,
como: actitudes discriminatorias, elementos de fanatismo, etc. Por ejemplo: Una
actitud errónea (en este caso no intencional) podría ser la implantación de
programas que no tienen en cuenta las características culturales y sociales de
los diferentes ámbitos de la aplicación (por ejemplo: un programa, un curso,
etc., que da excelentes resultados en un país, no tiene porque funcionar en
otro, por óptimo que este sea.
Si en conciencia y más allá del rótulo nos
sentimos verdaderamente espiritistas, entonces, casi por espontánea inercia,
debemos reaccionar contra ciertas inclinaciones de nuestro yo capaces por si
solas de hacer que no cumplamos realmente nuestro cometido. Todos nuestros
pensamientos y acciones que no contribuyan a la solidaridad, el respeto y la
unión, tienen que ser apremiantemente revisados (para su posterior trabajo
interno de superarlos) sino queremos convertirnos más en piedras en el camino
que estímulos de lucha y progreso en común.
Debemos pues, atendiendo a la conciencia
interna que decíamos antes, hacer todo lo posible por actuar como se supone que
un espírita lo haría, es decir; recurrir a la humildad, la empatía y el
desprendimiento cuantas veces sean necesarias, a fin de desembarazarnos del
personalismo (individual, local o institucional) que todo lo enturbia, que todo
lo atrasa y complica. Tal vez no se solucionen todos los problemas y desafíos
(pues no todo depende de nosotros) pero, al menos de nuestra parte, estaremos
con coherencia doctrinaria y, sobre todo, con conciencia.
Trabajando el desarrollo personal
A veces, en los grupos, en las
asociaciones, en los encuentros anuales, etc., se observa un exceso de
formalismo y rigurosidad, un contacto distante y (excesivamente) aséptico entre
los concurrentes y/o portavoces. Respetando la idiosincrasia de la personalidad
de cada cual, no podemos dejar de apuntar que cada encuentro (desde el más
informal al más institucional) es también un motivo especial que nos convoca
para ser accesibles, solidarios y cariñosos.
Puede haber un exceso de distanciamiento,
ausencia de empatía y/o sensibilidad interpersonal escondidos tras un talante
serio y disciplinado. Sin embargo, seriedad y disciplina dejan de ser un
valor por si solas si no van unidas a la apertura del corazón y al proceso de
diálogo (que siempre debe estar activado). Más vale una actitud más alegre
y desenfadada (pero en cambio sincera y cálida) que aquella otra que solo es
distante y exigente., pero que a efectos prácticos es incapaz de ir más allá
del formalismo y de lo convencional.
NECESITAMOS LA REEDUCACIÓN DE ACTITUDES
DENTRO DEL MOVIMIENTO ESPÍRITA, porque si la unificación no es apremiante, esta
reeducación de intenciones, por parte de los trabajadores espíritas sí que lo
es. Resulta infinitamente más transformador sustituir el deseo de lucimiento
personal o el recurrente impulso de llevar siempre la razón, por la ACTITUD DE
SERVIR, es decir: ser constructivos, buscar soluciones comunes, e ir siempre a
lo que realmente importa.
El momento es
“ahora”
La educación
espírita es un compendio de filosofía, psiquismo y moral universales, pero
(como se desprende hasta aquí) también es una praxis comportamental. Y es que,
estimados compañeros, el futuro del movimiento espírita no dependerá tanto de
innovadoras intervenciones y/o propuestas que resalten su aspecto científico,
como tampoco de una mayor presencia de cursos de evangelización
infanto-juvenil, etc., sino que este dependerá en mayor medida de la ACTITUD
del propio espírita (y este sería quizá el punto más importante de esta
ponencia).
Los centros
impregnados de un religiosismo atávico quizá no sean la apuesta más coherente
con la doctrina espírita, pero aún menos lo es la constitución de sociedades
cientifistas y presuntamente “actualizadas”, diseñadas desde la intimidad de
ciertos egos con la encubierta (o quizá ignorada) finalidad de disgregar,
separar..., justo en esta hora en que las entidades de la luz adscritas al
mensaje del Consolador nos piden unión y labor conjunta.
Seamos hoy, ahora
mismo, humildes, sensatos y decididos. Precisamos de la metacognición, es decir: del análisis y captación consciente
de nuestro procesamiento interno (la capacidad que tenemos de
autorregular el propio aprendizaje). De esta manera estaremos más capacitados
para descubrir y reajustar tanto conflictos y bloqueos, como conceptos mal
asimilados y/o ambiguas maniobras propias de la mente inferior, que no del Espiritismo.
Podemos ser
excelentes organizadores de simposios y congresos, realizar una brillante
oratoria sobre las virtudes de la doctrina y su aportación al desarrollo humano
o hacer una magnífica disertación sobre el papel de la glándula pineal en el
proceso mediúmnico, y, no obstante, no salir de la superficie de lo que
significa ser espírita... Porque solo siendo fraternos y pacificadores,
instrumentos de unión y de paz, estaremos en condiciones de irradiar la esencia
luminosa de lo que implica ser verdaderos espiritistas.
El tiempo de las
oportunidades se agota inexorablemente... Mientras aún estemos a tiempo,
ocupémonos de abrir caminos desde las bases, de contribuir para el asentamiento
y dignificación de la cultura espírita y, sobre todo, propiciar el amor y
despertar la esperanza.
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