Allan Kardec
El Sr. M... había comprado en una quincallería una medalla
que le pareció notable por su singularidad. Era del tamaño de un
escudo de seis libras. Su aspecto era plateado, aunque un poco plomizo.
En las dos caras estaba grabada en bajo relieve una multitud de
signos, entre los cuales se destacan planetas, círculos entrelazados, un
triángulo, palabras ininteligibles, e iniciales en caracteres
vulgares; después otros caracteres raros, teniendo algo de árabe, todo
dispuesto de una manera cabalística en el género de los libros de
magia. Al haber interrogado a la señorita J... –médium sonámbula– sobre
esta medalla, le fue respondido al Sr. M... que estaba compuesta de
siete metales, que había pertenecido a Cazotte y que tenía un poder
particular para atraer a los Espíritus y facilitar las evocaciones.
El Sr. de Codemberg, autor de una serie de comunicaciones que obtuvo
como médium, dice él, de la virgen María, le dijo que era una cosa
mala, propia para atraer a los demonios. La señorita de Guldenstubbe,
médium, hermana del barón de Guldenstubbe –autor de una obra sobre
pneumatografía o escritura directa– le dijo que la medalla tenía una
virtud magnética y que podía provocar el sonambulismo. Poco satisfecho
con estas respuestas contradictorias, el Sr. M... nos presentó esta
medalla, pidiendo al respecto nuestra opinión personal e igualmente
solicitándonos para que interrogásemos a un Espíritu superior sobre
su real valor desde el punto de vista de la influencia que la misma
pueda tener.
He aquí nuestra respuesta:
Los Espíritus son atraídos o rechazados por el pensamiento y no por
objetos materiales, que ningún poder tienen sobre ellos. En todos los
tiempos los Espíritus superiores han condenado el empleo de signos y de
formas cabalísticas, y todo Espíritu que les atribuya una virtud
cualquiera o que pretenda dar talismanes que tengan relación con libros
de magia, revela por esto mismo su inferioridad, ya sea obrando de
buena fe o por ignorancia, como consecuencia de antiguos prejuicios
terrestres de los cuales está imbuido, o ya sea porque concientemente
quiera divertirse con la credulidad, como Espíritu burlón. Los signos
cabalísticos, que no son más que pura fantasía, son símbolos que
recuerdan las creencias supersticiosas en virtud de ciertas cosas, como
números, planetas y su concordancia con los metales, creencias
nacidas en los tiempos de ignorancia, y que reposan sobre errores
manifiestos a los que la Ciencia ha hecho justicia mostrando lo que
eran esos pretendidos siete planetas, los siete metales, etc. La forma
mística e ininteligible de estos emblemas tenía por objetivo
imponerlos al vulgo, dispuesto a ver lo maravilloso en aquello que no
comprendía. Cualquiera que ha estudiado la naturaleza de los Espíritus
no puede racionalmente admitir sobre ellos la influencia de formas
convencionales, ni de substancias mezcladas en ciertas proporciones:
eso sería renovar las prácticas de la caldera de los hechiceros, de
los gatos negros, de las gallinas negras y de otros sortilegios. No
sucede lo mismo con un objeto magnetizado que –como se sabe– tiene el
poder de provocar el sonambulismo o ciertos fenómenos nerviosos sobre
el organismo; pero entonces la virtud de este objeto reside únicamente
en el fluido del cual está momentáneamente impregnado y que se
transmite así por vía mediata, y no en su forma, en su color, ni sobre
todo en los signos con los cuales pueda estar abarrotado. Un Espíritu
puede decir: «Trazad tal signo, y por este signo yo reconoceré que me
llamáis, y vendré»; pero en este caso el signo trazado no es más que la
expresión del pensamiento; es una evocación traducida de una manera
material; ahora bien, los Espíritus, cualquiera que sea su naturaleza,
no tienen necesidad de semejantes medios para comunicarse; los
Espíritus superiores jamás los emplean; los Espíritus inferiores pueden
hacerlo con la finalidad de fascinar la imaginación de las personas
crédulas que quieren tener bajo su dependencia. Regla general: Para los
Espíritus superiores, la forma no es nada, el pensamiento lo es todo;
todo Espíritu que atribuya más importancia a la forma que al fondo es
inferior, y no merece ninguna confianza, aunque incluso diga de vez en
cuando algunas cosas buenas; porque esas cosas buenas son
frecuentemente un medio de seducción.
En general, tal era nuestro pensamiento con respecto a los talismanes,
como medios de relación con los Espíritus. Innecesario decir que él
igualmente se aplica a los que la superstición emplea como protección
contra enfermedades o accidentes.
No obstante, para la edificación del poseedor de la medalla y a fin de
profundizar mejor la cuestión, en la sesión de la Sociedad del 17 de
julio de 1858 solicitamos al Espíritu san Luis –que consiente en
comunicarse con nosotros todas las veces que se trate de nuestra
instrucción– para darnos su opinión al respecto. Al ser interrogado
sobre el valor de esta medalla, he aquí cuál ha sido su respuesta:
«Hacéis bien en no admitir que los objetos materiales puedan tener
cualquier virtud sobre las manifestaciones, ya sea para provocarlas o
para impedirlas. Bastante a menudo hemos dicho que las manifestaciones
eran espontáneas y que, por lo demás, nunca nos rehusamos a responder a
vuestro llamado. ¿Por qué pensáis que podríamos estar obligados a
obedecer a una cosa fabricada por los humanos?
Preg. –¿Con qué
objetivo ha sido hecha esta medalla?
Resp. –Con el objetivo de llamar
la atención de las personas que consientan en creer en la misma;
pero no ha podido ser hecha sino por los magnetizadores, con la
intención de magnetizarla para adormecer a un sensitivo. Las signos
no son más que cosas de fantasía.
Preg. –Se dice que ella había
pertenecido a Cazotte; ¿podríamos evocarlo para tener algunas
informaciones de él en este aspecto?
Resp. –No es necesario; ocupaos
preferiblemente de cosas más serias.»
(Artículo extraído de la Revista Espírita, septiembre de 1858)
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