Juan José Torres
Continuamos con
el análisis del libro “El Consolador”, y antes de entrar en materia, me
permitiré un comentario sobre la continuidad de estos artículos.
En un
principio, había pensado escribir como máximo tres artículos resumen sobre el
libro, abordando de forma general las respuestas de Emmanuel, pero cuando
empecé a escribir, lo que pretendía ser un análisis general se fue convirtiendo
en un análisis particular sobre el pensamiento de Emmanuel en diversos temas.
El problema es que después de revisar mis notas al respecto del libro, me he
dado cuenta que, de seguir así, probablemente tendríamos muchos artículos y
perderíamos la esencia de esta sección, que es hacer un análisis del libro y no
una crítica de cada uno de los puntos que en él se abordan, por lo que
restringiré el resto de artículos a dos, este, donde abordaremos las cuestiones
anunciadas en el artículo anterior, y subiré uno más para tocar el tema de la
mediúmnidad y llegar a las conclusiones. He tomado esta decisión, porque de
seguir analizando punto por punto el libro tendríamos una obra mayor que el
propio libro.
Dicho esto,
paso al tema en cuestión.
En la pregunta
140 se aborda el tema de la astrología de forma directa, y Emmanuel responde:
Las antiguas asertivas astrológicas tienen su razón de ser. El campo magnético
y las conjunciones de los planetas influyen en el complejo celular del hombre
físico, en su formación orgánica y en su nacimiento en la Tierra; sin embargo,
la existencia planetaria es sinónimo de lucha. Si las influencias astrales no
favorecen a determinadas criaturas, urge que éstas luchen contra los elementos
perturbadores, porque, por encima de todas las verdades astrológicas, tenemos
el Evangelio, y el Evangelio nos enseña que cada cual recibirá por sus obras,
hallándose cada hombre bajo las influencias que merece.
Nuevamente
encontramos en Emmanuel una afirmación que puede resultar extraña a un espírita,
porque desde la época de Kardec, encontramos que las posturas de la Astrología
no encajan en las propuestas espíritas, y el mismo codificador ya abordó este
tema sin ningún género de duda, veamos sus argumentos:
Los grupos que reciben el nombre de constelaciones son conjuntos
aparentes, producto de la distancia, y sus figuras son meros efectos de
perspectiva, como le ocurre a quien, ubicado en un lugar fijo, cree ver juntas
las luces ubicadas en una vasta planicie o los árboles de un bosque. Sin
embargo, esos conjuntos no existen en realidad. Si pudiésemos trasladarnos al
lugar donde están ubicadas cada una de esas constelaciones, veríamos que a
medida que nos fuésemos acercando la forma desaparecería y se nos presentarían
nuevas figuras.
Por consiguiente, y dado que esos grupos existen solo en apariencia, el
significado que les otorga cierta creencia vulgar y supersticiosa es irrisorio,
y su influencia es válida solo en la imaginación.
(La
Génesis, Cap. 5 – punto 12)
Más adelante, Kardec vuelve al tema con otro
argumento más sólido aún, y es la precesión de los equinoccios, que implica que
los signos zodiacales varían a lo largo del tiempo, lo que invalidaría también
los argumentos de la astrología.
(La
Génesis, Cap. 9 – Pie de página 3)
Estas
afirmaciones de Kardec, que se encuadran dentro de la lógica y la ciencia de su
tiempo, siguen siendo válidas actualmente, y hoy se tiene mayor certeza aún en
cuanto a la insignificante influencia que pueden tener los astros en la física
o química de nuestro organismo, pues de las 4 fuerzas físicas que se conocen en
la naturaleza, (posiblemente exista una 5ª) la única a la que se puede
considerar como posible influencia astrológica es la gravedad, pero la magnitud
de la misma en relación a los astros más cercanos con el hombre, tiene unos
valores que son insignificantes como para determinar nuestra vida y nuestro
carácter, como pretende la astrología.
No seguiré
argumentando sobre la astrología pues considero que es un tema claro para los
espíritas, y no llego a comprender cómo esta afirmación de Emmanuel no se ponga
en duda o cuestione en el movimiento espírita, pues su diferencia con el
pensamiento espírita es sumamente evidente.
El siguiente tema
es sobre la influencia espiritual que existen entre el ser humano y su nombre,
a lo que Emmanuel responde de la siguiente forma:
En la Tierra o en el plano invisible, tenemos la simbología sagrada de
las palabras; todavía, el estudio de esas influencias requiere de un gran
volumen de consideraciones especializadas y, como nuestro trabajo humilde es
una apología al esfuerzo de cada uno, aún aquí tenemos que reconocer que cada
hombre recibe las influencias a las que hizo méritos, compitiendo a cada
corazón renovar sus propios valores, en marcha hacia realizaciones cada vez más
altas, ya que el determinismo de Dios es el del bien, y todos los que se
entregan realmente al bien, triunfarán sobre todos los obstáculos del mundo.
Nuevamente
encontramos en Emmanuel un pensamiento extraño al espírita. Como es habitual en
él, busca la respuesta evasiva en la que responde… pero no, para justificar de
alguna manera su pensamiento y terminar su argumentación con la consabida frase:
“…pero el evangelio está por encima”.
Independientemente
de las consideraciones morales de la respuesta, un análisis objetivo de la
misma no deja lugar a dudas de que Emmanuel considera que existe una simbología
sagrada en las palabras, y que de alguna forma existe una vinculación entre el
ser humano y su nombre, que ejerce influencia en él, pero a cuyos efectos podemos
escapar con un comportamiento correcto. Pues bien, este pensamiento, con todo
el respeto hacia Emmanuel, es absurdo. Las palabras son una construcción humana
que tiene finalidad comunicativa. Es gracias a las palabras que podemos
construir símbolos que tienen un significado por lo que expresan, pero ahí
termina la simbología de las palabras. Considerar que existe una simbología “sagrada”
en cada palabra, y que ello ejerce una influencia en nosotros más allá de la
idea que la palabra expresa, es recurrir a sistemas de pensamientos antiguos y
místicos que han sido superados por el conocimiento actual y que no caben en la
dinámica lógica y racional del espiritismo.
Pero el problema
se torna más grave, cuando Emmanuel afirma que no solo en el plano físico, sino
también en el plano espiritual, la simbología sagrada de las palabras está
presente. No dudo que en círculos donde se reúnan espíritus apegados a las
ideas místicas y supersticiosas puede ser, pero el espiritismo explica que el
lenguaje del espíritu es el pensamiento, que trasciende de cualquier expresión
verbal, por lo que atribuir un carácter sagrado a las palabras, dentro o fuera
del mundo físico, está fuera de cualquier planteamiento espírita, y está muy
vinculado al concepto de palabra, o verbo, de las escrituras, a las que Emmanuel
otorga carácter sagrado e indiscutible, creando una cosmovisión muy particular
en la que hace un sincretismo entre mitología bíblica y pensamiento espírita.
Termino este
artículo con la pregunta 142, donde se le pregunta a Emmanuel sobre el número
siete, que tiene una presencia especial en la biblia. Su respuesta:
Una opinión aislada nos conducirá a muchos análisis en los dominios de
la llamada numerología, escapando a las miras de nuestras especulaciones
espirituales.
Los números, como las vibraciones, poseen su mística natural, mas,
frente a nuestros imperativos de educación, hemos de convenir que todos los
números, como todas las vibraciones, serán sagrados para nosotros, cuando
hubiéramos santificado el corazón para Dios, siendo justo, en ese particular,
copiar la antigua observación de Cristo sobre el sábado, aclarando que los
números fueron hechos para el hombre, sin embargo, los hombres no fueron
creados para los números.
Nuevamente, la
respuesta parece indicar una tendencia en el autor a sacralizarlo todo, y esta
vez son los números, a los que compara, aunque no sé si acertadamente, con las vibraciones,
volviendo a afirmar que tanto unos como otras serán sagrados para nosotros
cuando “santifiquemos” el corazón hacia Dios.
Termina con una
alusión a la postura de Jesús al respecto del sábado, indicando que los números
fueron hechos para el hombre y no el hombre para los números.
El contenido
ideológico es el mismo que en la anterior respuesta y los argumentos son los
mismos que los expresados en relación a las palabras. Sí comentaré que los
números no son hechos para el hombre sino por el hombre, y ellos tienen una
finalidad y utilidad concreta, y pretender darles carácter sagrado creo que es
llevar las cosas demasiado lejos.
Para concluir, (y quizás caiga en la
repetición) no entiendo cómo no se han cuestionado estas posturas de Emmanuel
que difieren tanto del espiritismo, porque no son cuestiones de forma
superficiales que pueden pasar desapercibidas en una lectura rápida, sino todo
lo contrario, es decir, propuestas que chocan no solo con otras propuestas
espíritas, sino con la propia esencia del espiritismo, como son los temas que
hemos agrupado en este artículo. Leyendo estas respuestas de Emmanuel y
comprobando el asentimiento de buena parte del movimiento espirita, me recuerda
al cuento del lógico, donde a un hombre que presumía de guiarse por la lógica
le preguntaron:
-¿Usted
consulta su horóscopo?
-No, yo no
consulto esas tonterías.
-¿Y por qué?
-Bueno, porque soy Aries y los Aries no
creemos en todo eso…
En el siguiente
artículo, que por las razones expuestas arriba será el último, abordaremos la
cuestión de la mediúmnidad, terminando esta serie con un comentario final sobre
el libro.
Como siempre muy interesante, da para que nos cuestionemos ciertos temas, sin complejos y con libertad.
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