Jesús Gutiérrez
Comienza, en su frontispicio, la obra El Evangelio según el Espiritismo con la
frase:
Los
espíritus del Señor que son las virtudes de los cielos, se esparcen por toda
la
superficie de la tierra como un ejército inmenso, apenas han recibido la orden;
parecidos
a las estrellas que caen del cielo, vienen a iluminar el camino y a abrir los
ojos
a los ciegos.
Y así es como una ley natural: la
comunicabilidad con el mundo de lo invisible (o de los espíritus) fue
metodizada como todos sabemos por Allan Kardec, o H. L. Denizard Rivail (su
verdadero nombre). Este hombre, adalid del pensamiento ilustrado, conocedor e
indagador de múltiples áreas del saber, (pues no en balde se formó y formaba a
su vez, siguiendo el método pedagógico del mundialmente conocido profesor H.
Pestalozzi). Tropezó un día con el fenómeno de las llamadas «mesas giratorias»
que tanto furor causaba en Estados Unidos y cuya fama se trasladó a los salones
de toda Europa, incluida Francia, no en vano fue París durante el siglo XIX la
capital cultural de Occidente. Remiso en un principio, pues ya en su primer
tratado de pedagogía (1824) consideraba la creencia en los espíritus de «credulidad
supersticiosa», terminó acudiendo a una de estas sesiones, dada la invitación
de un amigo. Un espíritu tan despierto como el suyo comenzó pronto a vislumbrar
que tras ese aparente juego, más dado a preguntas frívolas o de escasa
relevancia, se escondía una ley física nueva y no suficientemente estudiada
hasta ese momento por la ciencia. De pronto, él mismo se quedó perplejo. Lo que
comenzó como una indagación personal, adquiría el rango de un nuevo saber que
era menester poner en conocimiento de más personas. Se abrían de pronto las
puertas de lo desconocido, siglos de especulaciones metafísicas y de misticismo
se abalanzaban sobre su raciocinio. Era menester recoger toda aquella
información de un modo cabal, siguiendo una metodología, dándole un corpus
teórico coherente. Hercúlea tarea, a la cual él estaba de sobra capacitado,
dada su alta cualificación humanista y científica. Durante tres años
(1855-1857) estuvo sentando las bases de lo que sería la obra fundamental, opera prima y síntesis filosófica de la
llamada Doctrina de los Espíritus Superiores o Espiritismo. Su labor fue
ingente hasta el mismo día de su muerte o desencarnación (1869), acomodando los
conocimientos científicos, filosóficos y morales, con las comunicaciones y revelaciones
del plano espiritual. Sumiéndolas a la criba concienzuda, sin dejarse llevar
por el entusiasmo, ni por la incredulidad acérrima; sino abriendo los temas al
debate y feliz discusión constructiva en aquellos postulados que no estaban del
todo claros. Con justicia es llamado el codificador
de toda esta nueva ciencia de estudio e investigación.
Su más preclaro continuador fue León
Denis, hombre autodidacta, sin la erudición del maestro Denizard Rivail, pero
con el entusiasmo y la contundencia que da ser un hombre nacido en medio de las
inclemencias del pueblo. Comprendiendo la cercanía y necesidad de la gente del
mensaje que daba el recién nacido Espiritismo.
Conoció Denis la doctrina de un modo
fortuito (si tal cosa es posible): un día paseando por su natal ciudad de
Tours, indagador como siempre de las novedades literarias, se quedó
contemplando un raro ejemplar que le llamó vivamente la atención. Se trataba
del Libro de los Espíritus, de un tal
Allan Kardec. Guiado por un febril impulso entró en la tienda y se apropió
dicho ejemplar. Su lectura fue un crisol de luz para su alma atribulada. Un
bálsamo de paz: «Encontré en este libro
la solución clara, completa y lógica, al problema universal. Mi convicción se
hizo fuerte. La teoría espiritista disipó mi indiferencia y mis dudas». 18
años contaba el joven Denis, que de bien niño se vio en la necesidad de
trabajar para primero ayudar a la maltrecha economía familiar, y después
mantener a su madre, tras la temprana muerte de su progenitor. Dedicando las
escasas horas que le restaban de sueño al estudio incesante de cualesquier
materia que avivara su conocimiento; tal era su imperiosa necesidad de saber y
comprender todo lo que le envolvía.
Denis captó como nadie el mensaje social
que traía el Espiritismo: era constante su trato con los mineros de la zona del
Benelux, bien como conferenciante, bien mediante correspondencia. Su interés
por la educación de los iletrados le hizo participar de movimientos sociales
que perseguían tales fines, consciente de la importancia de dotar a las gentes
de los medios del saber, únicos capaces de sacarles de la ignominia cultural y
social en que se hallaban relegados. Tal
era su implicación que muchos tildaron años después que el único defecto de
Denis era «ser espiritista». Mueca irónica, pues él comprendía el porqué de sus
acciones, y sentía en su fuero interior la revelación espiritista como la más
sensata y completa para explicar las disquisiciones existenciales del ser
humano.
Habían otras personalidades, de más
nombre en el campo de la ciencia, que en aquellos años de fines del siglo decimonono
apoyaban con su prestigio el movimiento del Espiritismo, o espiritualismo
moderno, como preferían llamarlo ingleses y norteamericanos. Denis aunó cualidades
que ellos no poseían: supo estudiar las obras de los científicos que comenzaron
a preocuparse por el tema de los fenómenos espiritistas, siguiendo los
postulados demarcados por Kardec. En sus obras analizaba con cuidado y
detenimiento las investigaciones realizadas por William Crookes o Alfred
Wallace; por los miembros de la SPR de Londres (Sociedad de Investigaciones
Psíquicas): Myers, Gurdney y Podmore, que publicaron la ingente obra Phantams of Linvings, grueso volumen
repleto de casos de apariciones y fenómenos psíquicos; y de cualquier honorable
científico que abordara dichas cuestiones. Había mucha controversia sobre el
tema y los fraudes no faltaban. Denis se informaba de tales publicaciones y
sueltos de revistas, para bajo la óptica del Espiritismo lograr una síntesis
lógica y coherente que no hacía sino dar realce a lo ya manifestado en las
obras de Kardec. Venía a ser un poco la comprobación empírica por gente ajena
al Espiritismo de los fenómenos reseñados; algo así y salvando las diferencias,
con las comprobaciones de científicos como Eddington que ratificaban lo
propuesto en la Teoría de la Relatividad
de Einstein.
A su vez Denis tuvo contactos con
personalidades tales como Conan Doyle, cuya defensa del Espiritismo, no era
100% exacta con la predicada por él. Pero eran más las cosas que les unían, que
las que les separaban; haciendo causa común, respetando y valorando las
diferencias, como proceso normal de la investigación y el debate en cualquier
área del conocimiento humano. Pues la finalidad era demostrar que la vida
continúa; que el adagio latino mors jauna
vitae (la muerte es la puerta de la vida) tiene razón de ser.
El inicio del siglo XX fue igualmente
rico en investigaciones psíquicas, naciendo así la Metapsíquica de Charles
Richet, y posteriormente la actual Parapsicología de la mano de J. B. Rhine.
***
Llegado a este punto, tenemos que
lamentar que actualmente se ha perdido ese interés por las investigaciones
científicas y por los psíquicos que no pertenecen al movimiento espírita. Un
aspecto que en mi opinión se debiera recuperar, puesto que ningún pionero de la
doctrina tomaba al pie de la letra lo dicho por Eusapia Paladino, Douglas Home
o las Hermanas Fox. Sencillamente se estudiaban los hechos y se analizaban:
pasándolos por el filtro de la razón; consiguiendo con ello, un enriquecimiento
y mejor comprensión de lo postulado en las obras básicas codificadas por Allan
Kardec.
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